En 2018 se publicó en el Reino Unido un libro –Radical help, de Hillary Cottam− que plantea un cambio drástico en la forma de entender el objeto y el funcionamiento del Estado del Bienestar en general y de los Servicios Sociales en particular. Su autora ha trabajado durante años como cooperante en diversos países del Tercer Mundo y, en el Reino Unido, ha puesto en marcha desde la entidad Participle diversos proyectos piloto que ha englobado bajo las etiquetas de Beveridge 4.0 y bienestar relacional. El libro ha sido positivamente reseñado en diversos medios generalistas (como el New York Times o de The Guardian) y ha tenido un eco importante en el ámbito académico, profesional e incluso político anglosajón. La charla de la autora sobre la quiebra de los Servicios Sociales y la forma de remediarla (ver aquí la versión en castellano) ha tenido también una amplia difusión.
Aunque sus tesis no son nuevas, y más allá del esfuerzo de marketing que ha rodeado el lanzamiento del libro, Cottam ha sabido sintetizar en este libro una propuesta para la actualización del Estado de Bienestar del siglo XX al contexto del siglo XXI a partir de dos ideas básicas: la necesidad de actuar sobre las capacidades –y no sólo sobre las necesidades− de las personas y la importancia de reorientar la intervención social a la (re)construcción de los vínculos y las redes relacionales entre las personas. El Estado de Bienestar del siglo XXI, dice Cottam, sólo tiene sentido si se centra en contribuir a la construcción de relaciones personales: el Estado de Bienestar ha de ser compartido, colectivo y relacional, asegura. Los planteamientos de la autora tienen conexiones obvias con la sociología francesa del vínculo social, con la teoría de las capacidades de Sen y, en nuestro entorno más cercano, con la propuesta de Fantova de situar la integración relacional en las redes primarias como uno de los elementos básicos del objeto de los Servicios Sociales. Las reflexiones de Cottan son también muy cercanas a las que German Jaraiz y Auxiliadora González hacen en este artículo, y a enfoques crecientemente aceptados en el ámbito de los servicios sociales, como la atención centrada en la persona, la coproducción o la incondicionalidad subyacente a los programas de baja exigencia.
El libro de Cottam es interesante desde al menos tres puntos de vista.
Por una parte, plantea un diagnóstico razonable sobre los problemas que aquejan a los actuales Estados de Bienestar, debido tanto al cambio en el contexto económico, demográfico o social –el peso creciente de la cronicidad, la crisis de los cuidados, la desigualdad, la inmigración, la erosión de la sociedad salarial y la quiebra del empleo como herramienta de inclusión social…− como al proceso de formalización, despersonalización y burocratización de los servicios sociales, excesivamente vinculados a las lógicas administrativas y a la estandarización de los procedimientos. Desde ese punto de vista, Cottam insiste en que Beveridge pronto se percató de que el modelo de protección social que contribuyó a crear, basado en la gestión cuasi-industrial de las prestaciones, el control profesional y el cumplimiento despersonalizado de la normativa, no dejaba suficiente espacio a la acción voluntaria, la vinculación comunitaria y el contacto personal.
El diagnóstico que hace Cottam respecto a las respuestas que actualmente da el sistema a las necesidades de las personas que atiende es poco esperanzador: una de las primeras usuarias de uno de sus programas había sido atendida por 73 profesionales diferentes de una veintena de servicios o entidades distintas, todos ellos descoordinados, cansados y desanimados, sin ningún resultado aparente; el 80% de los recursos profesionales se destinan a determinar quién tiene y quién no tiene acceso a los servicios; apenas el 14% del tiempo de los profesionales se destina a la intervención individual; las personas usuarias se ven atrapadas en unas redes de seguridad de las que no pueden salir y de las que desconfían, tanto o más que la ciudadanía que los financia… La solución, argumenta Cottam, no pasa por destinar más recursos económicos al sistema (aunque también esto sea necesario): el modelo de servicios sociales del siglo XX está ya agotado y necesita una actualización radical. En el centro de esta puesta al día se sitúan las relaciones personales, el bienestar relacional.
A partir de esa idea, el libro plantea una propuesta para la reconstrucción del Estado de Bienestar a partir de seis principios básicos: la vida buena, el enfoque de las capacidades, la importancia de las relaciones personales (“sin vínculos estrechos con otros, o con relaciones insanas, pocos de nosotros podemos sentirnos plenos e incluso funcionar”, dice Cottam), el aprovechamiento de cualquier tipo de recurso –frente al protagonismo de los catálogos y carteras de servicios tallados en piedra−, orientarse a las posibilidades y no a los riesgos (centrarse en lo que puede ir bien, y no en lo que puede ir mal) y la universalidad. En ese caso, entendida como la apertura de los programas a todo tipo de personas, tanto a las que necesitan ayuda como a quienes pueden prestarla, a quienes necesitan ayuda hoy y a quienes la necesitarán en el futuro.
Por último, el libro puede leerse como una reflexión sobre las formas y las posibilidades de la innovación social en el ámbito de los Servicios Sociales. En ese sentido, el grueso del trabajo se centra en la descripción de cinco proyectos piloto realizados en torno a cinco problemáticas específicas –el apoyo a las familias desestructuradas, la transición a la edad adulta, la inclusión laboral, la atención a la cronicidad y el apoyo a las personas mayores− y plantea algunas pistas sobre el potencial de las innovaciones que se realizan a pequeña escala para la transformación del conjunto del sistema de servicios sociales.